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marzo 20, 2009

Fin del cuento

Hacía falta un gesto, un trastabillar de las palabras, una mano secándose el sudor, o un camino de hormigas que pasara justo delante, para que todo terminara en mil pedazos. 
Son gestos, son figuras simbólicas que adornan los hechos que delicadamente el tiempo va poniendo en el camino. Son estelas invisibles que con dulzura dejan sinnúmero de pisadas, de caminos sin salidas, de trampas encubiertas.
Entonces, la delicadeza de su mano secándose el sudor, la mano que peina en un mismo momento  que luego  escupe un "Hasta acá llegué...". 
Pum. Fin de la historia. Caos de una muerte anunciada por mil historias pasadas. Novelas y películas lo anticiparon un hecho como aquél. Palabras de más, pensamientos inoportunos y un gil parado en la puerta de su casa invitándola a salir. A salir!
"...después de caminarme toda la ciudad, llegué, te propongo que dejemos todo, huyamos de esta mierda y vivamos nuestros sueño de estrellas regaladas, de mar de arenas y mil cuentos contados y nunca vividos". 
Lo iba a decir, estaba a punto, con el sudor en su mano, impaciente por verla, demostrarle que toda esa locura de años fugaces habían concluido. La iba a invitar a su casa, le iba a estrellar ese amor que alguna vez cultivó sin premura en una noche de verano, en costas alejadas de su origen. 
Pero ella estaba lo suficientemente predispuesta a los gestos, a los símbolos, a los contubernios con los que había soportado estoica mil avatares. Negando con una sonrisa, porque nunca, jamás, dejó de sonreír y se lo previno: "Ni una palabra más. Te vas! que seas feliz". 
Claro, se veía venir. Pero, ¿cómo él no lo vio venir? Lleno de historias, de tragedias, de años imaginando un final feliz. Pero si! los finales felices, vaya novedad, todos sabemos dónde van a parar.
Rumiando un asfalto cavernoso, retornó a su no lugar, de nuvo en su partida. Ella jamás sabría esas palabras prometidas, tantas veces repetida. El jamás imaginaría que el gesto anterior, mucho antes que él llegara, la había decidido. Una mueca imaginada, en un diálogo virtual entre ella y él. Se lo había imaginado dudando, se había sentido usada, y él "el  indeciso de siempre", el imposible, el nunca jamás. 
Por madurez o simple hartazgo, le cerró la cara, en la puerta, casi en un llanto, con la impotencia de quien no mira más, sientiendo el deseo de desaparecer. 
Ese gesto, imaginado y nunca real había cerrado la puerta de ese ese cuento, real por momento, siempre siempre soñado.

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