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julio 31, 2009

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Me cubro los ojos, para no escuchar, el terremoto profundo que habita en mi (seguro ya es canción) y en cada frase, miro sus ojos almendras que deambulan en alguna historia sencillísima, de esas que sólo se dan en una cocina.

Huelo el perfumo de un mundo distinto, palpo los contornos, los perfiles y ribetes de una historia única, particular, que existe en algún resquicio de nuestra memoria, de nuestra imaginación o del cosmos entero.

Son estelas de algún recuerdo, de cualquier presente, de ningún futuro. Son fantasmas fatuos
que se incorporan desmedidos en una realidad perversa, que se cansa en decirte, NO! esto no es real.
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Sin embargo. Siempre el sin embargo termina por comprenderse, por comprender que nuestra vida está llena de caminos oscuros, andariveles misteriosos, escondites que nuestra imaginación niega, pero conciente que están allí. Y es justamente en ese allí, de una cocina amueblada, de un mate que pela, y unos ojos almendra, que me derriten el tiempo, me detienen los ciclos, me congelan los pensamientos.

Una cocina, como un comedor, como la habitación, como una plaza o un parque. No importa lo que sea, poder acercarse a esa realidad de ojos almendra, perfumes violaceos y cuerpos celestes, son la certeza de la deidad presente.

Será mucho o poco, es un corazón que late, a pesar de todo, a pesar de todos, late sintiendo, late combatiendo una realidad que no existe, que quiso vivir y no la dejamos.

julio 08, 2009

Una imágen, llena de sonidos. Un lapiz, lleno de ideas. Un pincel, cargado de olores. Y todo lo demás, roto, en los sueños perdidos una noche de bueyes perdidos y whisky añejo.

Y el arte de escribir, de sentir el sentido de las palabras. No tanto lo que dice, sino cómo lo dice, cómo indaga en esa majestuosa forma de decir. Y como un vino, sentirlo en la lengua, en los poros, cargarlo de sentido, oxigenar el contenido y tragarlo.

Las palabras que flotan, incordiosas por el sonido del mundo, están ahí, plácidas y enceguecidas.

Inventando palabras que nadie dice, que se leen en un museo absurdo, quietitas, sin quererlo. Ahogadas en un territorio hostil, lleno de buenas intenciones y sonrisas falsas.

Esas palabras que brotan, como sombras, alargando su penumbra, llena de destellos, de colores y bordados de mil imágenes.

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