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febrero 28, 2010

Prolijito: Una espera

sentirme libre para volar, para llenarme de hojas aquí y allá
mil, mil notas que no tengan ubicación,
ni sentido del tiempo, del verbo o de lugar.
Adverbios sustantivos adjetivos; verbo o sintaxis decidida.
Lo mismo me da, salvo que sea para a(las) tomar.


ni mayúscula, ni Minúscula . Sin puntos -para volver atrás, volver a borrar el punto que va quedando lejos ya, y verlo cada vez que lo lea- ni coma ni fijo ni sufijo. JO.


sin
    caligrafía
                 que pueda conten-
                                               er 
      el
      RELATo menor. Que no tenga sentido
      y que lo tenga en un mismo contenido. Que lo entiendas!
      Por dio' como ruego que lo entiendas!
      Como súplica para que pienses (lo leas) en mí y sepas finalmente qué quién soy,
      ACá sin comas ni puntos. Matices


Desiguales que nada tienen o sí;
por veintemil caracteres
veinte mil párrafos
y en ninguno estás vos.


Y entonces quiero que aparezcas, qué te acuerdes, por dio' que te acuerdes,
Mi cara mi silencio mi contento y mi cesar.
Y quiero que me veas, que te veas -que te grite! 
en un texto-meta texto, compañero- .


Y tener(te) al fin, 
la posibilidad de volar, 
tenerte cerca y volar,


hacerte mía, como a esta hoja, que guardo en el bolsillo.
Mientras te espero. Mientras siento.
Como estas hojas arrugadas, en un bolsillo de mi jersei
mientras te miro
te miro
te miro

febrero 22, 2010

Drims

(Recauchutado del 2009)

Ya la memoria no permite soñar, los sueños olvidan sus recuerdos y las partes dejaron hace rato de formar parte de la parte. Y como si esto fuera poco, en este finito mundo del universo, el absurdo cobra cierta lógica ilógica. Sueño con ideas dispares, sonidos de vainillas y chocolate y silencios turquesa. Sinsentidos concientes en el sueño inconsciente del ser pensante que detiene, por un chiquitín su pensar, para poder soñar, con un sueño despierto. 

-Y ahí entran tus laberintos, mi amigo-, pero estos son más rudimentarios. Nacen de la noche, de una noche eterna, oscura que enceguece la razón; y por ello, tácita. Ahora al menos, estamos, pero muriendo, y entonces... qué nos queda. 

Estando, muriendo, viviendo, gerundios caminando. Eso somos. En una rueda de mancuernas, de ruletas rusas y azares. Infinidad de hipótesis, incongruencias y mil sueños despiertos. Mi mundo o el tuyo no son muy diferentes. -Hoy no hay quien aguante, pibe- dice el canillita de mi barrio. 

Y es así, los morlacos en la calle son un universo paralelo, nos salvan hoy, del hambre de ayer, pero nuestra inapetencia de deseos, ¿quién la alimenta? Laberintos y laberintos, amigo. Pero no hay salida. Y lo sabemos. Es la angustia de un sueño compartido por miles. Quizá la llave de todo esto, es pensarlo juntos, en compañía. Hoy sin embargo recluidos, mirando -otra vez, el hombre gerundio- las tetas de moria, las cirugías de Salazar o la pelada de Tinelli. Con la velocidad del zapping, tanta cosificación nos absorbe. 

-Tomate un mate y relajá! Claro como si fuera fácil, lo decís vos, que tenés la soga al cuello. Esta cosa nos desparrama, nos aleja y nos reclama, por fuerza, a volvernos a juntar. Sabiéndonos almas diletantes, vivientes de este mismo mundo la cosa, ¿cuál cosa? Nos desconoce. La memoria no permite soñar. Juntar. De nuevo al. Viste! ni la estética hubiese permitido lo que la palabra acomodó. 

Mucha cosa, mucha realidad, mucho odio, mucha furia contenida. ¿Y desde cuándo nos preocupamos por nosotros?, ¿Cuándo nos olvidamos de sentir? ¿Quién se olvida de mis sueños?, si soy el responsable de crearlos. Qué poco mundo nos espera, si la amnesia es cuando te vas a dormir. ¿Y si lográramos eso? ¿Dormir despiertos, que el ahora sea ayer, que el tiempo se detenga, pero como una burbuja, como un plato de ravioles un domingo en casa de mamá?. AHORA, no más un adverbio sino mera perplejidad. 

Boquiabierto frente a la tentación, al deseo, a la emoción. Vivir la ilógica de mis colores, que son palabra, que son tiempo y son mundo, que no tenga ni pies ni cabeza. ¿Te das cuenta? Esto, el ahora, no tiene sentido, es lo que atraviesa mi mente como fierros incandescentes. ¿De qué vale todo esto?! De nada. Muchas gracias

Y quizá por eso escribo. Y ahora sin punto porque nadie te piensa nadie te sueña nadie nadie nadie Alguien se prende fuego el olor a chamuscado a carne fresca bien podrida son tus sueños son los míos una fogata llena de porquería quemándose al pedo porque total el sueño ya fue punto


febrero 17, 2010

Añoro

Regalarte un poema al menos
por fulero que fuera
describirte sencilla como si tan(m)poco importara
haber nacido aquí.

soñarte despierta 
regalarte te quieros por la mañana
traquilo besarte
clasificarte en infinitos colores

y cuando al fin del mundo
ya todo sea no()más un recuerdo
cantaremos una sonata
y moriremos desnudos, 
al altar de los sueños.

febrero 11, 2010

huellas

En el mar, cuando el viento está a punto de cambiar, cuando la cálida brisa muta a una fría batahola, los pescadores suelen decir que la tierra, sus vísceras y sus bichos pueden percibirlo con unos minutos de anticipación. Que basta mirar el cielo para predecirlo con suma exactitud.

Sucede en un instante y toda la tierra queda abrasada en segundos, el sol a plomo en un mediodía común puede ser devastador. De allí, de la misma nada llegan cientos de pequeños insectos y mosquitas de los más variados, aves de cualquier forma y color que parecieran huír enloquecidos del vendaval universal. Y en realidad, el mundo apenas parece moverse. 

Dicen los que saben que si uno mirara con  pericia podría identificar en la tierra también ese estremecimiento silencioso previo al cambio de la corriente. Desde dentro del mismo centro del mundo erupcionan hormigas y larvas pequeñitas que hacen del suelo una lava en movimiento.

Finalmente, luego del alarido inconsistente de esta muchedumbre de movimientos, el viento del mar, arrasa frío e intrépido caminando por las aguas marinas, creciendo hacia la costa y despilfarrando ventisca al continente entero.

Así de misteriosa es la tierra y así de inquietante es la mujer. 

Dicen los que saben que una mujer puede mutar en segundos, como el viento y sólo el cuerpo de ella puede adelantarse a esos cambios repentinos. Su piel se suaviza como por arte de magia en una sedosa cobertura, todo su cuerpo parece electrizarse y una fina capa de sudor recorre sus extremidades ante un repentino calor que sólo complejísimos sistemas de medición podrían identificar. 

Afirman que estos son avisos, rumores para los indecisos, para los incautos, para los desafortunados. Signos para  que el más incrédulo y simple de los hombres pueda entender el regocijo de una mujer.  Quien realmente pudiera verlo anotaría con detalle cada milimétrico contorno de una mirada femenina, el momento exacto en que sus pupilas se dilatan y una brisa de rubor aparece en sus mejillas. También avisan que son esos instantes donde el devoto observador queda paralizado ante los destellos de una luz de múltiples colores que ni los más sofisticados fotómetros pueden llegar a analizar.

Basta saborear, sostienen los dichosos, los labios de una mujer en ese preciso instante para comprender que los colores de los gustos conocidos dejan de tener sentido, ante esa plétora de sensaciones de imposible identificación. Son esos escasisimos segundos de ese regodeo generoso por los caminos sinuosos de la cintura de su boca lo que adelanta el preciso instante del goce eterno que una mujer se apresta a dar...

Pero muchos somos hombres citadinos, hechos de asfalto y hormigón, centurias hace que la tierra se ha distanciado de nuestra naturaleza y hoy convivimos ciegos, sordos e insensibles sin la menor certeza, sin el menor atisbo para caminar los senderos misteriosos de la mujer. Comprendemos en nuestra fatalidad, que el beso, la caricia, la mirada de ellas son un mero faro, apenas una luz  intangible del incesante devenir de infinitas tormentas de inasequible placer y satisfacción.

febrero 08, 2010

Words, Words, Words

Imagina palabras cuando duerme o cocina. Busca texturas cuando no, colores o sonidos, incluso a veces incursiona en monosílabos contagiosos y rimbombantes.

No sueña con destinos paradisíacos, bicicletas importadas o montañas enormes. No pretende grandes aventuras, relatos o incluso historias inéditas. Desea profundamente las palabras, buscándolas, exigiéndose hasta el hartazgo. Hasta que por momentos decae su espíritu, y cansado a veces se retira, sabiendo su causa perdida.

Ni siquiera, piensa a veces, tampoco es que desea realmente ello. Es más bien un obediente servidor de las letras, obedece al anhelo de encontrar por fin la mejor o la más bella combinacion de sílabas que acentúen el sonido de una catarata, que embellezcan el paisaje de un beso o que corroboren la angustia de un gesto.

Quisiera a veces, dice él precavido, -sencillamente escribir otoño en algún papel servilleta-. Lo pide en cada cumpleaños, frente a sus velitas. Pide una palabra mágica, milagrosa que lo saque por fin de la rutina, de tantos “por qué”, de los “dados por” o los “la verdad es que...”.

Se cansa de sí, porque la búsqueda es agotadora y hasta sentiría mayor comodidad si pudira inventarlas, jugar con ellas, manipularlas hasta el hartazgo de la imaginación.

Pero todo es más difícil con ellas, tienen el control sobre su cuerpo y, como dijo, es su fiel servidor. El obedece a las palabras que se descubren solas. Son palabras de tiempo propio pues no respetan ni a su escriba. No tienen respeto por nadie y entonces van y vienen como olas ruidosas en un mar temperamental.

Sueña con una sopa de letras, nadando entre fideos de formas incompletas, palabras únicas y letras cursivas. Mayúsculas y minúsculas en una pileta desbordante. Tomar de ella, con sólo abrir su mano, y dejar que “tragedia” se junte con “alquimia” que “payaso” atraviese a la “mentira” y dejar que “rotundo” e “imperativo” dejen de pelear alguna vez.

No lee diccionarios, eso sí. Si bien sería una posible solución, lo toma como un atajo, y el de atajos conoce pocos, por cierto. Cree que las palabras y la experiencia conservan un romance singular y secreto, que muy de vez en cuando se dejan entrever y lo muestran a la luz del día.

Entonces él, en esos estados de trance en la cual se agolpa su curpo entero al raíd de la palabra, se convierte en un medium, en un dispositivo que pueda recrear tan sólo una décima parte del romance silencioso. Las palabras, claro, se le escapan... y la realidad orgullosa se niega a dejarse ver.

Claro, él acepta su condición de advenidizo, de hereje de santidades impuestas. Sabe, sin embargo, que existe la divinidad, pues de no existir, tendría que recrearla. Pasajes de la vida, describirlos, recrearlos, rememorarlos con las palabras que el mundo tiene, que el hombre posee son pequeñas en un mundo donde los dioses se ocultan en cada bolsa de plástico, en una tapita de cerveza o en el forro tirado en la puerta de tu casa.

Cuanto más lo intenta, cuanto más tiempo se embarca en tal epopeya más conciente es de su incapacidad para transmitirlo. Ese desconocimiento de la lengua, de sus reglas, de sus estructuras... precisa mil años y dos infinitas bibliotecas de colmados escritores que le permitan comprender el sentido y el significado.

Son intentos, todos, atiborrados de sueños por tocar aunque sea un remiendo de realidad.

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