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julio 19, 2010

Un final


Amaneció gris. El día apuntaba para otra cosa, y sin embargo, el frío irradiaba esa estela de posibilidad. Un día que se avizora con contornos helados, un futuro irremediable.

Podría haber sido que se quedara dormitando, como hizo toda la semana, sosteniendo en esa actitud, una suerte de revelada sonoridad con el mundo que lo atropellaba a cada paso.

Sin embargo, la mañana amanecía de otro tinte. La mañana grís se cubría con olores de infancia, con desaguizados de una memoria maternal, de sueños y ruidos de juegos de ayer. Él trataría sin dudas de remontar a ese pasado, mientras sus pasos lo acercaban a cualquier local del once, comprando alguna pilcha que lo reivindique de la monotonía semanal.

El invierno y el gris asfalto de esa helada, sólo mostraban la escarcha de aquellos tiempos. Locales cerrados, gente que apenas pasaba. Allí logró amarrocar esa guita para algún saquito que la rompiera esa noche. Nada más, el resto era muerte. Como la señora tendida en la esquina de corrientes, y el mundo pasaba. Sólo el mundo quedaba.

Besando el consumo, pensó redimirse de la vida pesada sombría y trágica que le tocaba por vida. Consumo que le permitía por algunas horas dedicarse a ser de-esos-de-siempre, los que ríen con la tele, y se divierten con las revistas de chismes. Caminaba por esas calles atestadas, más basura que personas, y situaba su mirada en las vitrinas de agolpados escaparates. -Es que el país va bien!- escuchaba por allí. Como reminiscencia del pasado perpetuo, de un bienestar por siempre asegurado. Como si algún miserable hubiese podido darle una dignidad a esos nadies. Como si creyeran aún que hay derecho de vivir.

Luego de la mañana de redención, el almuerzo pasaba por un café con leche y algún tostado al paso. Charlando de nadas, el tiempo pasaba. Un cafetín de buenos aires, que cura el frio de allá. La ventana mostraba un paisaje encantador. Calles atestadas, sonidos saturados y persianas clausuradas. Un frío que helaba, hacía de soundtrack, y la nostalgia se pegaba a las paredes oxidadas del cafetín esquinero.

Pasadas unas horas, de nuevo en su casa, de perfil a su mujer, acompañaba una mirada sencilla, un pasado cansado, y un brío en su mirada. Acompañaba una amena charla y lo contenía. Servía el un mate, olvidándose de la nostalgia. De nuevo la alegría acalorada, que se agolpa en un pecho que retumba colores dorados, rojos y anaranjados. Estaba de vuelta, y en su casa, se sentía de nuevo en sí. Claramente, esa salida no le había hecho nada bien.

Más tarde se arroparía, la siesta mejoraría sus chances de un final futuro. Quizás durmiendo por suerte terminara. Un final. La idea perpetua de conseguir un final. Alguno, en su vida, en su historia, en su narración. La muerte, podría, al escritor novel, dotarlo de finales excelsos. Muriendo en su cama, con una bolsa de coto, tendida en sus manos.

Es que así estaba él ahora, tendido en la cama, exhausto sin siquiera haber sacado la compra del super, y en sus manos incluso, las bolsas llenas. Con la ropa puesta y los mp3, sonando; imaginaba así un final digno, de novela negra, o algún policial pretencioso.

Sin embargo, despertó, con algúnos sobresaltos. -Pasa que hace tiempo no duerme de corrido.- Comentaba hace un tiempo, - Mi cuerpo no resiste, che! Está cansado, pero es miedoso el puto. Por eso está alerta, podés creer? Me levanto angustiado, pensando que me muero, qué ya lo estoy. Y vuelvo a dormir . Tampoco es tan grave, Pero esto empeora, no te preocupes!-

Levantado y aún con algún resto onírico, se baña y deja que su agua purificara de nuevo su sueño angustiado. Se toma unos mates y se levanta por fin. Ahora sí vuelto a nacer en esa ficción de vida.

Se prepara, con ropas nuevas, para vagabundear por corrientes. De nuevo su karma, avenida imposible, avenida infinita, mil veces repetida. Incursiona en las librerías, estantes conocidos, autores obvios y poetas en ochavas. Así estaba corrientes y el cafetín para hacer tiempo. Leyó unos diarios, rayuelando las secciones, buscando el titulo impactante o la foto a colores. No pensaba en política, en dobles mensajes o intereses. Por fin tenía un recreo, una vivenza ingenua, del tiempo perdido.

Pagó como un caballero, con generosa propina. El mozo le abrió la puerta de salida, saludándolo sencillo, al cliente fiel. Con el estómago cálido, del último sorbo encafeinado, se dirigió al teatro. Como un solitario, pagó su entrada y en dos cuartos de hroa el escenario se prendía de nuevo. Los espectadores se retiraban y él por si mismo, contemplando el desastre, la escena final, el final siempre deseado. La ficción verdadera: la de las luces prendidas. El rumor de los pasos, los comentarios ácidos y las risas pasilleras. Acto sublime, acto estético y ya. El final. Actores tras de escena, también pintan el oleo. Todos yéndose menos él, que esperaba que el último niño cerrara la puerta.

Ya en camino hacia la salida, una mano en el hombro le recuerda, que la cena aún estaba pendiente. La voz cálida de la mujer amada aparecía infantil y a la vez, con su sensualidad perenne. Tomados de la mano, descongelaban el frío de afuera, hasta el próximo destino.

Seguía durmiendo, con la ropa puesta y los mp3, sonando; imaginaba así un final digno, de novela negra, o algún policial pretensioso. Un simple final.

julio 18, 2010

Ningún hecho artístico


El hecho artístico no existe. Es claro que a medida que el hombre intenta ingresar en aquella verborragia poética, se niega a cada paso, en cada ocasión.

Es que en realidad, la sensibilidad -como le dicen- acontece cada tanto en el interior mismo del hombre. En realidad su esencia se encuentra intacta en la mera apariencia de su conciencia. En su presencia de sueños obnubilados.

Todo lo producido está incorporado en el alma de quien ejecuta el acto maravilloso de soñar. Allí las musas, como la imaginación, son un continuo que no se detiene en el acto estético, en ese detenerse a procesar lo vivido. El hombre cancela su existencia, al momento de su acción poética.

De esa fantástica idea de vivenciar la belleza de un recuerdo, el encanto de un pequeño poema escondido en las fantasías de su cabeza, el artista pretende enunciarlo en un dispositivo que quiebra, detiene y obtura cualquier intento imposible. Aristóteles decía, copia de la copia de una verdad. Pues bien, aquí lo que ocurre es el intento imposible de copiar, imitar o extraer del sueño un connato de realidad. Volver real una ficción, una mentira.

Ningún poema, canción, o pintura devuelve el hecho creado en ese sueño inaugural. Se ufanan los poetas de una frase genial pero han quedado castrados hasta el infinito por todo lo que aquella idea podría haber sido, y tan sólo fue un pedazo de papel, una obra más incorporada a la mentira del arte humano.

Propuestas? No, claro. Ninguna. Una única opción, donde radica la verdadera voluntad del artista: Soñar ficciones y vivir sueños, o bien recrear fantasías de papel.  

julio 09, 2010

manifiesto


Cordones deshilachados como esta oración. Van reposando en una musiquita de ocasión. Y el viaje aparece nuevo, singular.

Aunque de una sutileza particular, nada surge, por otra parte, de esas zapatillas rotas. Algo en su memoria lo determina significativo. Algo que valga la pena ser escrito. Estado ético del pasajero.

Nada surge. Así y todo, barro de la historia, algo en ese barro de zapatillas gastadas y cordones deshilachado lo hace resucitar de un letargo de subsuelo.

Caminan y el camino se hace más largo, más propenso a la espera, a la estadía en suspenso. Esa maldita y trágica espera. Zapatillas, de dónde han venido? Si estabas allí, antes de que todo esto empezara.

Luego, el cuadro continúa. De pronto, el olor a unas flores quemadas tan sólo la noche atrás. Quedó flotando en la mochila de tela una tuca mal fumada.

Todo se funde en este sueño que retumba en el  eco interminable, en el medio de tu sien. Esquelas, pequeñas agujas de memoria, de conexión impávida con tu futuro. En un presente de tren. Todo en una mezcla expectante de manifiestos perdidos en el fango de la historia.

julio 07, 2010

Estaciones I

Otoño

Las copas de los árboles por primera vez descubren un matiz particular. Sus hojas de colores dispersos van tiñendo el camino , según su propia vegetación.

Copas enormes, o pequeñitos arbustos, de mil ramas o sólo pétalos a montones. Copas menudas de mil estrellas o simples hojitas.

Una arboleda dorada espera un viento para echar a volar por calles de asfalto y acolchonadas veredas de la ciudad. Todas hojas secas, resecas, crujidos también del pisotón. De hojas que se rompen, se quiebran y luego silenciosas, huyen del barrendero matinal, con sus orejas de algodón y sus guantes de lana. El
Del ritmo apurado, del poncho sobre el cuerpo y el viento llegando a los talones para amedrentar.

La contradicción otoñal vive la ciudad apenas se levanta. Ruge un leve susurro de olores cafés con leches. Tostaditas con manteca y un dejo azucarado en el paladar. Así amanece otoño contradictorio en la ciudad. I
Contradictorio es este otoño donde la vida muere, las hojas caen y el suelo se pudre. Nace de ello, todos los colores ocres, marrones y descolorados colorados, perfumes violáceos y lluvias pasajeras. Mirar al cielo, fenómeno singular, levemente en movimiento los colores brillan pero distinguen, con esa luz cenicienta, del día otoñal.

julio 05, 2010

tiempo de nadie

-Tarde piaste, gil. Se te pasa rápido, y el tiempo no se toma enemigos en esta guerrita de a uno. Se sucede sin más, y las coplas van saltando, de par en par, rápidito que ya se fueron.

Cuánta dulzura hay en esos ojos fugaces, esos ojos de estrella fugaz. Tanguito de primavera, amor de invierno, corazón de ayer. Dulzura encerrada en ojitos tiernos, verdaderos que miran tanta ficción. Estas mentiras, toditas en una vida tan verdadera. Ojos que sólo miran, qué si vieran! Puf, mamita que habría que ver.

Ojos y arena, en bolsitas de tiempo, te llevás a cambio de nada. De nadie, más bien. Souvenir, así francés, de fiesta de quince. nada vale. El tiempo. Tampoco tu vida. Que nadie está esperando, el final de un tiempo, que nunca aparece, que siempre está por empezar. Una historia más que vivida, repetida. Y se cansa uno, que el tiempo pase así, sin más, rápido pero repetido, siempre siempre repetido.

Y como si fueras vos mismo, vamos apurando algunas agujas despintadas, de un reloj de mentiras, para ver cuán frágil sos en la mirada de otro. Y el tiempo pesa, ya ves. Otros mirando tu propia mentira, esa vida que vos ves, allí mirando, pobres, sin a penas ver.

Y el tiempo que se te pasa, y vos sin saber qué hacer. Los ojos despintados, son tu único quehacer. Entonces sólo queda verla, dulce estampa de ayeres imposibles. Estás ahí, memoria danzante, la ves otoñal, un día cualquiera.

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