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febrero 26, 2007

Dime por donde miras, y te diré de qué sufres

En esas esas me encontraba, preguntandome si prefería una ventanilla de bondi, o una de taxi.

Cuando uno está triste, ¿qué disfruta más? ¿Cómo se siente uno más comodo? Cada cual tiene sus estilos y los hay de todo tipo. Unos más melacólicos, más solitarios, más masoquista; y los hay negadores, positivos. Vaya uno a saber.

Creo entender el perfil en cada elección, al menos sucede que siento por momentos ambos perfiles en carne propia.

El taxi es un lugar solitario, es así. Sos vos y tu existencia -siempre y cuando el tachero no sea de esos boconos, que los hay por su propia naturaleza-. Uno escudriña el horizonte a partir de ese bolido negroamarillo, siente el negro asfalto suyo y la suciedad de la ciudad, acaso reflejo de la ciudad.
Se entristece uno; pero concibe la tristeza como un momento; un estado quizás prologado pero con un fin, con fecha de vencimiento. Se es conciente de su estado y lo vive como debe vivirse, triste claro, pero con esperanza e ilusión. No es una esperanza concreta, el propio entristecido quizás no lo adivina, pero su interior le susurra un trillado "el tiempo lo cura todo".

Uno, con un perfil similar, pero viajero del bondi, contempla al resto con cierta benevolencia. Está acompañado, y se siente bien, entre pares. Mortales sufrientes como uno. En la soledad del taxi, uno ve su propia individualidad y una nuca del conductor. Aquí en cambio, la salvación está en los otros. El mal menor de pensar en última instancia: todos somos iguales, "alguno seguro estará peor que yo". Es la ingenuidad de quien necesita fervientente una solucion, quizá el más desesperado de todos los especimenes sufrientes. Su visión de sus compañeros de viaje será para el una experiencia novedosa. Los verá tristes, cansados, cabizbajos. Todos sufren como él y entonces el equilibrio cósmico lo acompaña.

Uno más particular, y de interés especial para mí, es el nihilista bondilero. Ese es distinto. Es sufridor por naturaleza. Está triste, acribillado por la desolación, pero está con gente, a montones en el ¨60¨ que lo apretujan con sus carteras y bolsones, mochilas y portafolios. Está acompañado, es cierto; pero su tristeza es superior y se siente solo, pero es una soledad más profunda, ontológica diría. La soledad de la existencia, una soledad que no es física como en el taxi, es claramente soledad de espíritu. Su tristeza de magnifica con la solidaridad que se explaya en toda la caterva de viajantes; y allí comienza el estado masoquista: todos son más felices que uno, todos viven sus vidas cómodamente, en las banalidades de su vida amorfa y sin sentido. Él en cambio, vive el sufrimiento de su propia existencia y sufre al mismo tiempo al no poder experimentar la vida del resto, tal como es vivida por cualquier mortal, banal y dulcemente egoísta. Sufre entonces por uno mismo, pero por la humanidad toda. Su dolor se olvida, deja de ser el problema particular en el cual se encontraba y piensa en la humanidad sumida en la más triste trivialidad. Nadie siente, nadie verdaderamente SABE, lo que es vivir, penando y sufriendo, "Pobre yo! pobre condenado!" Quizás esa angustia esconda, desde su universalidad, lo particuularmente oscuro de su dolor, el puñal que siente en su pecho, más profundo que toda esa gangrena que es el mundo.
Su dolor entonces es constante, sabe que morirá con el desquicie de una vida acomplejada por el conocimiento de su anormalidad, de no ser "como ellos quieren que sea". Y entonces el dolor genera un estado de heroísmo cuasi romántico...ama y odia a esos que tiene a su lado "no saben lo que hacen" dirá. Y su viaje será un apostolado por aquellos que no han sabido vivir como él, en el sufrimiento y el dolor de la humanidad.

Al fin, todos bajan de su transporte, viven y mueren trayendo consigo esa mochila de dolor que en un viaje cualquiera transforma en pesada concretitud.

febrero 14, 2007




bloody valentine

febrero 08, 2007

vivir muriendo

Ayer me senté a esperarte. Ayer! justo ayer, cuando no había nada distinto a cualquier otro. Cuando todo parecía normal, cuando nada en mí, hacía pensar más bien en nada... te esperé. Me senté en un escalón, allá por avenida de mayo... vi el colectivo que te llevó aquella noche, esa última vez. Me soprendí del acto, cruzar por aquella avenida, aquel bar, desconocido hasta aquella noche... allí cerca la 9 de julio, allá tan sólo la bestialidad... pero estaba sentado, asi nomás, pateando mi soledad, de un día que había sido igual a cualquier otro.
El sol arreciaba en el verano porteño y te esperaba, sentado, sonando en mis huesos tus palabras, sintiendo el roce precioso de una noche fría, una noche que te subiste a ese maldito colectivo, aquel que habría tenido que tomar también, quizá así, las cosas no hubiesen sido lo que son, y yo, sin dudas, no estaría esperando, como esperé. espero.
Un pico dulce, eso me esperaba aquella noche. Sin saberlo, sin adivinar, sin tan sólo reconocer que las cosas cambiaban ante mi, un pequeño dulce, que sólo sería el principio de una noche tierna, dulce, dulcísima.
Y sentado, intentaba bordear mis labios, a qué sabían? por supuesto a tus labios nunca más. Están agrios, rancios, secos. Y paso sentado, deseando reencontrarte, buscándote en esa parada, imaginando un reencuentro que no sucederá.
Recorro caras ajenas, voces indefinidas, busco tu boca, en toda la eternidad. No la veo y me desespero, rompo en llantos ahogados, silencios indecoroso, y avenida de mayo tan sólo es una estación de mi mente, me descubro, sentado a los pies de aquel pedazo de cemento. Un edificio como miles, pero es único. Ay! pero si recordaras como yo! si me esperaras como yo! ese cemento nos cubrió una noche, de un frío invernal, de tiempos en movimiento, de certezas. Nos cobijó de la vida viciada, nos descubrió juntos, nos descubrió un paraíso. Escrito ahora por uno. Sólo uno en la inmensidad. Simplemente yo.

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