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octubre 28, 2010

garabato

Garabateo memorias como comienzos. Trascienden como el velo del recuerdo. Visten a sus anchas el grueso papel y en la calle, en esta ciudad, acontece un desierto. Viste? Al caminar la risa de los pasos se entrecruzan con papel. En esta ciudad donde caen desde balcones. Levanto uno y sin mirar, dibujo.

Dibujos geométricos, como queriendo dar forma. Se adivinan rostros inventados. Caricaturas de la tristeza. Todo hoy, aparece así, cuadrado, negro, geométrico. Como queriendo dar forma. Y las palabras se chocan,  mientras la nostalgia se pone a chapotear feliz. El tiempo insensato, persiste en continuar. El maldito tiempo que persiste en continuar.

Borro sentencias, oraciones desprolijas. Se cuelan revoltosas, entre las lineas. Intentando darle sentido, una estructura o algo. Poner orden al caos. Todo confundido no distingo los renglones, y los párrafos se acomodan solitos, sabiendo que tienen más razón que el autor. Los límites, apenas, se disuelven en recuerdos que también rápidos se evaporan.

Rayadas, las palabras se mezclan, en el lienzo, en la pluma, en la calle, en los papeles, en los balcones. Subrayo balcones. La redondeo, la estimo, la vulnero, la borro. Siguen existiendo, los balcones, los tiempos, los papeles.

Y sin embargo, sólo un rumor imperceptible logra la mano acaparar. Un rumor a tientas, descubre conciente  que camina por la calle. Un gijarro de palabras, en la calle, mientras el viento sopla en la calle desierta.

octubre 25, 2010

Sin punta

Mi cuerpo apoyado, en el lugar equivocado de una cama a medio tender. El cuerpo deshilachado, carcomido por las ganas de continuar. Cuerpo incómodo se desvanece, en el aire. Estirado, como una silueta, apenas reconocible contornea el zócalo del piso. Allí abajo. Tan abajo.
Del otro lado, caído sobre el colchón, un libro deshecho. Como el cuerpo tendido. Pero las hojas recogidas y un lápiz sin punta. Roto de la bronca, en un párrafo se había tendido, trazando grafito sobre una palabra, un verso, algo ahí escondido. Sólo la madera y el grafito podían reconocer.
Allí estaba, tirado el lápiz, junto a un libro.
Las lineas se parten. Como el daltónico, el miope también reconfigura su existencia. Su mundo exterior. El mismo que para cualquiera, pero diferente.
Allí las palabras se ven dobles. Jamás, nadie podrá contar lo que un miope puede percibir. Es una luna con brillo explotando los márgenes. Son estrellas casi juntas, en todo el cielo. Sólo el fuego se ve más azul. Y la historia, tan diferente. Se ve.
Allí estaba, un cuerpo miope, mirando un cúmulo de sábanas sucias de historia. Cuántas lavadas podrán quitar, tanta memoria. Cuántas.
Ciegas, las paredes callan. Ausentes, respetan el silencio de la noche a oscuras. De las persianas sigilosas y las puertas cerradas nadie dice nada. Son las colchas que gritan, aturden el piso, paciente, como cansado.

Y lo que pasa, lo que encierra el deseo de estar ahí, lo que emerge como sutileza divina, como instancia reveladora es el momento de ahogo. Cuando parece que estamos a mil metros bajo el mar. Y no hay posibilidad de respirar. Allí, el ahogo se hace desenlace del momento de nacer. Ahogo como vitalidad creadora de sueños que son cigarras, rompiendo en la noche el llanto solemne.

Bailando, salimos a respirar. A recrear el sol y cantarle ternuras a la mañana y devolver abrazos a las calles repletas.  En el sueño dormido del presente, olvidando retazos de sueño, hilachas de sábanas mal tendidas. Y el lápiz sin punta, a punto de escribir.

octubre 11, 2010

casualidades en inflación


Comenzó así: se despertó de pronto como de un sueño, como un nuevo nacimiento. Lo vería desde sus propios ojos, que con lentitud recobraban la memoria de la luz, y sus ojos centellaban con las luces de la luz fluorescente de una lámpara de techo. Luego, acostumbrado vería las letras de unas hojas. No podía leer al principio y terminó por tomar alguna oración descontextualizada de lo que, ahora con exactitud, afirmaba era un libro. 
Ese fue el comienzo. Como la revelación de existir efectivamente, de haber comprendido de hecho, que su presencia en este mundo pesaba, fidedigna, sobre el asfalto de esa maldita ciudad. 
Con ese peso, comenzó a pisar con cuidado. Cada gesto tendría valor, cada sombra de sí, de sus objetos y su memoria, tendría algún significado. 
Allí, se dispuso a mandarle un mensaje a su amigo: había comprado un libro y el prólogo lo recitaba Henry Miller.- Mirá! Loco, las casualidades. Yo caminando por el Centenario y lo ví, de tapa blanda y cartón rojo. Keruac. Vaya a saber de dónde me vino el nombre, y ahí nomás lo compré. Pequeño él, veinticinco pesos. Una bicoca. Cuánto cuestan las casualidades en inflación.-
Ahí nomás, un disco se le cruzó por la cabeza, un bitls, un disco blanco....Oh! Honney Pie. 
Y la historia nuevamente, vuelve a empezar. 
Él, un niño apenas, explorando, como cualquiera, las hendijas de su casa, los resortes secretos de la infancia. Una hilera de hormigas en el medio del living, un pozo profundo en la esquina del jardín, un hogar a leña sucio de ollín, jamás encendido. Una pila de cidis, jamás escuchados. Y uno, sólo uno que cruzó la inquisidora y amenazante mirada de niño. La miró, como un perro que olfatea lo desconocido. Casi nihilista él. Saryen Peper. Claro! 
Ahora sigue: También de tapa roja. Como el Keruac.Es beat. Dicen. Entonces todo aparece bien claro. Las coincidencias en un mundo distraído. Alguien debería escribirlo. 
Y podría terminar. 

Pero no. Continúa.
Se sirvió otra copa del tinto usado algunas noches atrás. Botella pesada, pensó. Adivinaba caer una copa desbordante del malbec torrontés. Sin embargo, fueron apenas unas gotas en un vaso gigante. Cayeron desgajadas, de lejos ni se apreciaban. Sin embargo, tomó la copa en sus manos, batió sin pausa. El vino había perfumado el escenario, y las cosas se veían aún más nuevas, recién venidas de su existencia. Viniendo a saludar, extrañadas del viaje. El cenicero de pintas, madera liviana, sostén de algunas tucas. Unas hojas esparcidas en el pasto de la tarde, lo miraban condescendiente, -hoy nos había querido leer. No lo culpamos- Una carpeta amarilla, gorda, rebosante, con la boca abierta. Envidiosa, daba vuelta la cara, con sus folios, sus sobres  de madera y sus hoyuelos de oficina gubernamental. Información berreta, toda ella.
Y ese libro rojo, como el disco, como la sangre. Despertándolo de pronto, nuevamente. Como la primera vez.

octubre 09, 2010

salidas

Solo
nunca pude llegar
bien,
transitaba perdido.

Por las calles, micros o taxis
siempre
calculaba mal y el lugar
nunca estaba

Caminando entonces llegaba
preguntando
Y la dirección
eran las imágenes difusas
equivocadas, siempre.

Sólo alguna vez
todo estuvo ordenado
pautado y sistematizado
hallable y reconocible
cada paso
cada pasaje, trayecto o tranvía.
la ruta conocida,
el rumbo recto
el futuro cierto

sólo
una vez.

octubre 04, 2010

Vuelan y se quedan

Arrimó las palabras. Una a una exactas en tiempo. Cursando todo el cántaro de la garganta, asimilando el aire entrando y el oxígeno por aprehender. Salieron, por fin, a la vida eterna. Allí las desparramó. Las dejó, no le importó olvidarlas tiradas, -qué importa donde caigan.

Cayeron. Sí claro, cayeron.

Se conectaron en el encanto de la noche, las palabras. Traquilas al unísono de una voz serena, se desplegaron y apachurradas quedaron. Juntitas para ser escuchadas. Un tiempo, porque más tarde cayeron.

Claro, cayeron.

Pegaron fuerte contra el piso y se estrellaron, quedaron en trocitos de palabras aquietadas por el duro golpe del parquét.

Pequeñitas dolieron más.
Dolieron por pequeñitas,
Claro, dolieron más.

Como astillas de vidrio, apenitas se incrustaron en los pies desnudos. Al principio fue sólo un pellizco y nada más. Luego la astilla impresa en los cayos desnudos se asentaron y comenzaron a punzar. Lenta e implacable la daga milimétrica rasgaba senderos minúsculos de pellejo. Y no salieron.

Porque las palabras se quedan.
Vuelan y se quedan
Las palabras son así
trashumantes
transitando para siempre
el organismo que las escuchó.

Perpetuas, siempre, siempre
Alfileres de vocales y consonantes jugando a las cosquillas
con las fibras sensibles
de la nostalgia y la soledad.

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