*

*

marzo 26, 2010

Digestión

Siento la breve sequedad de las palabras en mi boca. Las siento redondas y sin filo, agolpándose en mi paladar desnudo. Las mastico con placer de púber y las siento digerirlas poco a poco, para pasar a mejor vida.

Toco, porque también toco -no vaya a creer- las fibras unificadas y violáceas del papel que las sustentan, y como quien come un pedazo de carne con un buen tinto, las palabras en mi boca se deslizan con mayor suavidad, ahora que entiendo, que están en el papel fijado.

De pronto siento, porque también siento -no se le escape a nadie!- que las palabras se desgranan en el aire, se evaporan y entran por mis poros y mi nariz, las exudo y las respiro, se absorben en mis pupilas y pasan a mi sangre, se trasmutan en mis intestinos, y se disuelven en mi vejiga.

Las cago, porque las mejores palabras también son palabras cagadas. Así naturalmente vuelven a su seno, a su cimiente, a su naturaleza primera.

Y están ahí, incólumes en su sitio inaugural, con las rayas y sus puntos, sus tildes. Sujetos y predicados extasiados ante la vista del visitante oportuno, esperando ser devoradas en el placer del lector.

marzo 18, 2010

comprensión final


No hay forma de escapar cuando el infierno son los otros. La muerte de uno radica en la multiplicación de millones de seres irresolutos e innobles que viven la vida como la hormiga carga su infinito equipaje, o la vaca pastorea. Oh! qué feliz la ignorancia de la existencia! Qué simples los humanos que configuran sus rutinas, gastando sus vidas, ahorrándose la desdicha de conocer. Uno no escapa con su muerte, a la perenne existencia del contexto. Es justamente una trágica razón, por la que morir y vivir, son instancias sin sentido ni importancia.

Es que el mundo real (acaso existe mundo a fin de cuentas?) está allí abajo, en los túneles, en las profundidades de una vida tumultuosa, exasperante y sofocante. Todo lo demás son apariencias de la cotidianeidad, de formas bellas y contornos precisos. Pero cuando la copita de cristal estalla en los ojos, por fin todo queda a oscuras, en un silencio eterno y ensordecedor.

El tiempo como un esclavo, invento de los hombres, un día se revela y nos demuestra sus garras. El tiempo maldito que todo lo corroe. Hasta el amor.

Y el amor que no entiende de tiempos ni calendarios nos desnuda en su simpleza, en su esencial forma de mostrar que estamos vivos, que vivimos allí donde exista el otro, en nuestro infierno. Un angustioso rito de corazones que saben que han nacido para morir. Esa es la última verdad, quizás la primera. Que arremete contra todo, nos desgarra, nos hiere y lastima una y mil veces, pensando que por fin; sí, esta es! esta es la definitiva! Y todo comienza nuevamente, en una sátira de nuestros sueños, de nuestros deseos. 

Hasta que nada deja de tener sentido, nada comprendemos de nuestra vida de topos, muriendo solos en la helada final de nuestros días, la humanidad de la tierra subterránea y el calor de nuestra esperanza son nuestro último responso, quizás, por fin, el primero y definitivo.

marzo 12, 2010

musas

Inspiración , oh! dulce agua
escurriéndose por mis dedos
que tus sueños desvelan
la posibilidad de ser:
una ficción, una metáfora, una canción
mera prosa
Sólo tú, dulce luminaria
sostienes el candil
del ser antojado
por la música
de una elástica melodía
un dulce acordeón.

marzo 10, 2010

Tu espalda



Es tu columna erguida, orgullosa de sentirse perfecta, frontera del caos exterior. Es el dibujo de tu cintura, en contornos y bocetos imaginados a la sombra de esa luna llena. Ese lunar que. Acostada de perfil, mientras tormentas de cielo asedian la ciudad.


Quisiera conocer los nombres imposibles para el recoveco oscuro entre la carne y tu columna, entre el sonido de tus hombros y el vaivén de tus brazos, tendidos en esa cama desierta. El murmullo de las hojas, aplastadas por la lluvia y el roce de tus piernas en la sábana descubierta.


¿A qué sabe tu desnudez? Los perfumes de tu cuello, los movimientos de tu cintura y la seda dérmica que te cubre son incógnitas sensibles que no responden a lógica alguna. Ni poeta ni científico, ni filósofo ni historiador. Tu pelo enredado, los rulos contenidos, oscuros en la pieza sin luz, certifican el contraste de este tormentoso placer.


El tiempo, que se acaba siempre, se tatúa en tu piel, en los rincones redondeados, en la silueta discontinua. Tu tiempo inabarcable, tu dorso cansino de años aún sin nombre. Algún día, los arquélogos de tu cuerpo podrán iluminar este misterio escenario entre tus vértebras y mi deseo, la helada planicie y mi lugar para acampar.


Sólo para no envejecer, el tiempo debiera ser tu espalda, para que el mundo se de cuenta que la ficción comienza en el pliegue de tu cuello, avanza en  sinuoso cabildeo y acaba en la estancia dormida de tu coxis singular.

Seguidores

Nadie cuenta