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marzo 18, 2010

comprensión final


No hay forma de escapar cuando el infierno son los otros. La muerte de uno radica en la multiplicación de millones de seres irresolutos e innobles que viven la vida como la hormiga carga su infinito equipaje, o la vaca pastorea. Oh! qué feliz la ignorancia de la existencia! Qué simples los humanos que configuran sus rutinas, gastando sus vidas, ahorrándose la desdicha de conocer. Uno no escapa con su muerte, a la perenne existencia del contexto. Es justamente una trágica razón, por la que morir y vivir, son instancias sin sentido ni importancia.

Es que el mundo real (acaso existe mundo a fin de cuentas?) está allí abajo, en los túneles, en las profundidades de una vida tumultuosa, exasperante y sofocante. Todo lo demás son apariencias de la cotidianeidad, de formas bellas y contornos precisos. Pero cuando la copita de cristal estalla en los ojos, por fin todo queda a oscuras, en un silencio eterno y ensordecedor.

El tiempo como un esclavo, invento de los hombres, un día se revela y nos demuestra sus garras. El tiempo maldito que todo lo corroe. Hasta el amor.

Y el amor que no entiende de tiempos ni calendarios nos desnuda en su simpleza, en su esencial forma de mostrar que estamos vivos, que vivimos allí donde exista el otro, en nuestro infierno. Un angustioso rito de corazones que saben que han nacido para morir. Esa es la última verdad, quizás la primera. Que arremete contra todo, nos desgarra, nos hiere y lastima una y mil veces, pensando que por fin; sí, esta es! esta es la definitiva! Y todo comienza nuevamente, en una sátira de nuestros sueños, de nuestros deseos. 

Hasta que nada deja de tener sentido, nada comprendemos de nuestra vida de topos, muriendo solos en la helada final de nuestros días, la humanidad de la tierra subterránea y el calor de nuestra esperanza son nuestro último responso, quizás, por fin, el primero y definitivo.

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