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junio 24, 2008

Sin metáfora

Hace como dos años hago el mismo recorrido desde mi casa al trabajo. Casa-Colectivo-Subte-Trabajo.
Es sencillo y muy práctico a pesar de la gente, el calor, el agotamiento de los trasbordos; pero es rápido y eficaz.
Hace dos años, ese mismo trayecto realiza en mi cabeza una serie de observaciones mentales. Hacia el final del recorrido, básicamente desde las estaciones finales y las cuadras caminadas que llevan al trabajo, como por arte de magia, por musas inesperadas, en mi cabeza comienzan a tener formas e ideas de los más bizarras, fotos, acontecimientos pasados (quizá nunca realizados), datos, fantasía.
Se acumulan sin parar colores y mezclas sin contornos que de a poco a medido que voy perfilando el camino hacia mi labor se van aclarando, perdiendo muchas, otras se van refinando, hasta dejarme sonriendo solo en la calle Florida, entre el gentío que vuela a sus destinos.
En general desde hace dos años vengo usando esos momentos de sencillez, de segundos mágicos para importarlos a estas lineas virtuales. Son mi insumo más importante. Casi sin evaluar si amerita, es casi una exorcización de aquel instante revelador, divino (si me pusiera místico), que urge sea materializado, aunque claro, en internet.

Sin embargo, no hace poco vengo sintiendo una sensación mucho más extraña, pero a la vez de lo más atendible y razonable. Cuando estas ideas están patentes en mi cabeza, cuando han logrado configurarse en torno a una introducción, un nudo y un final, es justo casi siempre el momento de ingresar al edificio en el cual trabajo. En ese instante aquello que estaba fijo, atrtavezado en mi conciencia y casi grabado en mi retina, comienza a languidecer. Como un foquito de luz, empieza a perder su brillo, se opaca y pierden la intensidad de su origen impredescible.
Mantengo la convicción (a medido que atravieso el palier y a los empleados de seguridad) que a penas llegue a mi escritorio intentaré garabetear alguna que otra línea que me permita reencontrarme con esa idea-uz que había sido tan patente minutos atrás. Sin embargo a medida que subo el ascensor, ya más oscura que antes, el pensamiento se vuelve irracional, impúdico, desalentador, inútil, sin sentido.
Dado el recuerdo de las cuadras caminadas, pretendo reconcentrarme en los minutos que me quedan, sosteniendo que como un sueño, al levantarse los hiatos que cubren nuestra imaginación son de por sí irracionales, pero no por eso dejan de tener un sentido estético y es por eso que me aferro con fuerza a plasmarlo en un papel.
Al cabo de esos instantes y en el momento que cruzo con desidia la puerta de la oficina hacia mi escritorio, la idea simplemente desapareció. Se esfumó. Me quedo sentado frente a la computadora, pensando, recordando, delineando algunos dibujos mentales de aquellos instantes de inspiración fugaz. Los momentos que siempre había intentado plasmar ahora se hacían inencontrables.
No eran simples ideas, era la idea luz que por más simple, por más trivial tenía el poder de haber hecho olvidarme de todo, en esos minutos en Florida. Me había hecho sonreír frente a una multitud desvariada y enfermiza.Era lo suficientemente poderosa como para poder transcribirla luego. Y así todo, el contacto con ella se esfumó como un mal presagio, que pronto dejó de existir.
Me dirán que es tiempo de abandonar este trabajo; un recurso menos radical sería utilizar un grabador. Yo voy sintiendo que es un mecanismo de defensa. Supongo que todas son respuestas válidas. Por otra parte, voy pensando que mis ilusiones y esperanzas se van acaparando en ese instante preciso de luz que brilla por encima del día, de las tareas y obligaciones y me deja flotar por encima de todo eso por escasos momentos. Quizá es mi mente la que me obliga a retenerlos, a no publicarlos, a hacerlos mios, asirlos entre mis dedos, que se esconden para mi protección.
Aún no lo sé, quizá este sea un intento de respuesta frente a la hoja en blanco, frente al silencio que viene transitando mis musas, pero sin duda siguen ahí, candorosas, jugando a las escondidas para mis minutos de placer diario, pero que huyen prontas cuando trato de describirlas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

nos faltará...


Tiempo sin tiempo

Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.




menos mal q dio señales de vida!
se lo extrañaba...

Cel dijo...

La idea-luz a veces es partícula, pero otras es onda, por eso se escurre.
Y ojo, eh. Que las musas están ahí, que no se pueda plasmar lo que nos inspiran al blanco y negro es otra cosa. De otra manera, no hay forma de entender ese momento de iluminación que te deja sonriendo en plena Florida.
O capaz no estoy hablando de musas ya.
Qué sé yo.
Un abrazo fuerte.

nadie dijo...

gracias por la cancion, gracias por el saludo, lastima que no deja un nombre mas que ese vacio anonimo.

cel, a veces son otras cosas las que se quieren ocultar, es así, quiza no sean musas lo que hace sonreir.

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