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enero 22, 2009

el hombre-de-pie

-Ponete el forro, dale!- Dijo entre risas la mujer-desnuda.
Ningún cliché debajo de la seda blanca que acababa de desprendese de su cintura. La rudimentaria ternura del cuerpo desnudo, la imperfección ahora patente, de una eterna obra de arte, se reflejaba en sus ojos. Allí estaba ella, exigiéndole vaya uno a saber qué y lo único que importaba era encontrarla bajo su desnudez. Geográficamente la tenía sometida en su retina: la mujer-desnuda yacía bajo la sombra de la pequeña e insigificante luz que se animaba cruzar las persianas rotozas, en el centro exacto entre el colchón tirado y la mesita de luz -de libros apilados-, fumando un porro retorciéndose la oreja. Todo, entre esas paredes carcomidas por una humedad desconocida y un techo desprovisto de luz ni color, roto como el alma de aquél.
Gegáficamente conocía el lugar. Allí. A pocos centímetros de sus dedos, estaba ella, solicitandole de forma insitente -"pero ponete las pilas che. ¿O no me vas a cojer hoy?". En un susurro sus palabras se adentraban como una melodía sin sentido. ¿Qué decía? ¿Qué importaba? Sólo alzar las manos y su cuerpo estaría a su disposición. Allí! ¿ves?, entre los muebles insignifiantes y la ropa tirada, está ella desconocida, completamente desnuda.
La desesperación de sentir la cercanía y hacer que todo lo demás desapareciera; son las condiciones existenciales de su momento. Sin embargo, el hombre-de-pie no puede hablar, mudo luego de la última oración de la mujer-desnuda, el hombre-de-pie queda petrificado esperando un momento de lucidez para entender(se) en los algoritmos de su pasión desmesurada y su innegable exitación.
Desaparecer ahora. Claro, ¿no ves? Es sencillisimo. Fundirnos en algo parecido al sexo, olvidarnos de la mierda que está allá, allá, como un algo exterior, por fuera de nuestras existencias, el mismisimo catre podrido en el que nos acostamos.
Momento y tiempos. Ahora! la mujer-desnuda se da vuelta y lo observa desde el espejo de círculo ovalado. Él, que no termina de decidir si mirar sus ojos a través del resplandor o mirar su faz real, aquella que surge de su espalda. Surcado por pequeñas islas, sus inconfundibles lunares, se aloja la espalda más hermosa e inconmensurable de la tierra. El lo sabe, lo comprende, lo esgrime como la única condición por la que se encuentra en este momento y así todo, no puede articular palabra.
Su espalda infinita, sus lunares insondables acompañandola por senderos desconocidos, para siempre secretos acallados, se vuelven ahora la oportunidad para comprender. Escondido y temeroso en la desnudez de aquella, el hombre-de-pie se siente pequeño y sin aliento.
Desnuda al fin, sin nada por ocultar, la mujer-desnuda se vuelve para él un río tempestuoso, inabordable. Así de vulnerable despojada de todo, así se sentía él, mirandola a ella, ahora, esta vez, a los ojos del resplandor ovalado.
-Ves?, cómo te cagás pichón. Tanta manija pá que ni el forro puedas agarrar. ves!- Ella en su mundo, mirándose las uñas de los pies, alienta una amenaza entredientes.
Claro que el hombre-de-pie ve. Observa impasible la linea delgada inexistente de aquellos cuerpos que a-penas se tocan. Pero la pena es la imposibilidad de ese encuentro posible. Ese cuarto imaginado, indigno de sólo pensar, de paredes resquebrajadas, de muebles inútiles, de techos húmedos y esa mujer infinitamente cercana y esternamente desconocida resultan imposible de tanta posibilidad. A ese contacto iniminente, imposible creer la existencia de ese cuerpo inerme, su espalda y sus islas de lunares.
De pronto el hombre-de-pie volve en sí, a esa imposible realidad. Siente el calor en sus manos, aprisionadas por las de ella que lo apretaba con fuerza. ¿Cuánto había pasado? Una hora, unos minutos?
Ahora de frente a él, la mirada almidonada, almendrada de sus ojos color de tierra, cálidos, calientes lo miraban furtivamente. -Nene, te quiero. Qué necesitás? Estoy acá, vivo.
Claro. Estaba vivo. Su corazón bombeaba, su sangre fluía, sus venas se dilataban. Sus manos sudaban, su pene se erguía. Vida y nada más! Tambaleante se sostuvo en sus rodillas, sintió el clamor de la vida en su piel, en su sexo, en su existencia imposible. Vivo.
Se aterró. Pensó en la muerte, en no poder nunca más revivir, repetir o incluso imaginar la repetición de ese momento con la mujer-desnuda. No le respondió. Tomó una camisa, el pantalón raído y con la desesperación del condenado a muerte, buscó el picaporte a tientas, abrió la hendija, y desapareció.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente! Atrapante! Excitante!

Es todo lo que puedo decir.

saludos...

Anónimo dijo...

Ea! ¿En qué momento cambiaron las aguas calientes? Me gusta, me gusta.

Me gustó mucho el arranque poneteel forro,dale!

Anónimo dijo...

Estos textos tan teatrales...
Sos el mismo, a pesar del tiempo y de la basura que te rodea.
Ojalá los pasillos no sigan siendo tan fríos, ojalá sigan existiendo lugares secretos donde recrear el calor.

nadie dijo...

gala. ud. puede decir mucho màs, el problema es que me deja siempre con ese misterio solapado

Aldy. No se si cambiò mucho. Igual, se agradece.

J. Gracias piba, que bueno saber que todavìa andas por aqui

Anónimo dijo...

Que bueno saber que las cosas aún no son tan imposibles. Gracias por permitirme imaginar en la otra vida.
El mayor de los abrazos eternos, para usted

Anónimo dijo...

epa! que pasó acá??.. Me perdí un capítulo.. ¿?

Tire la mala onda al tacho.. y siga adelante.. de eso se trata la vida.. no?

saludos...

nadie dijo...

no se que paso gaLA. me fui un rato y se pobló de desconocidos.

intentaré volver, en cuanto puedat

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