*

*

agosto 21, 2009

Baile

Un preludio ciego y latente, una danza de miradas atónitas y perturbadoras. Respiraciones y jadeos entre ellos dos. Y nadie más. Todo en ese momento, en un único momento de danza perenne, de dos seres desconocidos. Allí, todo se detuvo, todo se desarrolló normalmente y no fueron más que minutos encendidos de una efervescencia incontenible, que para ellos había transcurrido en una eternidad.
Ninguno hubiese imaginado que ese momento, por sus implicancias, por sus vericuetos en el transcurrir del mundo fueran lo que fue. Sucede por momentos, son momentos, esbozos que contienen en potencia mil imágenes, sonidos e historias, pero que los hombres y mujeres son incapaces de visualizar en ese exacto momento. Sólo el tiempo, la historia y el recorrido vital de sus humanidades sabrán lo que tal acontecimiento finalmente provocó.
Sus miradas bailaban en esa loca música sin sonidos, música de soñadores, asesinos y enamorados. Se buscaban, se perseguían, huían y se excitaban en un mismo tono, en donde los dos ni siquiera se tocaban.
Toda su danza son pasos improvisados, pero muy bien pensados, estratégicamente diseñados para que en esos sinuosos contoneos de la mirada, la presa caiga en la red, para luego dejarlo escapar.
De pronto sus miradas se cruzaban, por un instante pecador, la piel de ella, ese lunar entre sus pechos se volvían invisibles en el agitado pecho que se ruborizaba. La respiración agitada y los ojos escurridizos habían encontrado la meta, encontrarse con el otro, aunque hubiese sido un instante. Sin embargo, nada se decía, y menos aún, lograban tocarse. No era esa la intención.
Esa danza agobiante y soez frente a un mundo que los miraba continuaba sin pausa. La sensación de huida, de escondite en aquellos ojos pardos se hacía urgente y la humedad del ambiente se instalaba en sus cuerpos.
Las miradas resbalaban por los cuerpos aquietados de ese transcurrir infinito, que debía sobrevivir. No obstante, la danza termina. Abrupta e intempestivamente. Ella se levanta de su silla y se escapa por el túnel oscura. Parecería que allí todo había acabado y sin embargo, aún quedaba algo más. Un gesto único que lo completaría todo por fin.
Él lo había imaginado, lo había intuido en su expresión, en la forma de levantarse y en cómo se había ceñido la mirada de ella. Deben existir poros en el cuerpo que muestren el vaivén de las miradas ajenas, puesto que él la devoró en ese movimiento.
Saliendo ya del coche, un atisbo tan sólo fue suficiente. Nadie había dicho una palabra, pero allí estaban los dos; de pronto lo sonrisa de ella lo ilumina todo en el oscuro pasaje a la inexistencia. Los ojos brillantes, sus labios entornados y su rostro diáfano lo mira por ultima vez, quizá verdaderamente por primera vez. Son miradas lascivas, impúdicas luego de un juego de huidas y contornos. Son miradas llenas de pasión que dicen todo y callan lo demás. En ese momento sus sonrisas se envuelve detrás de un vidrio, de miran por horas, que son segundos y todo lo demás vuelve a desvanecer.
El mundo podría desaparecer, cuántas veces lo hemos vivido! pero en este caso un chasquido hubiera bastado para que todo desapareciera. Todo debía mantenerse como aquel instante, esa foto imborrable que lo cambiaría por siempre.
Sus miradas se buscan por última vez en un acto de dulzura inconmensurable y silencioso que sus sonrisas al viento rozan en un beso que nunca se darán. Sus corazones desnudos dicen el resto.
Nunca más la verá. Jamás podrán repetir aquella pieza exquisita jamás inventada. Nunca volverán a reconocerse en rostros jamás soñados y sólo quedará ese instante.
Sin embargo su mirada permanece por siempre en él, y él en ella. Aún cuando salen de ese oscuro trama subterráneo, saliendo a la fría ciudad gris, al montón, a la gravedad física de este mundo; ellos guardan un secreto primavera, el de un hombre y una mujer que bailaron por primera y última vez.

1 comentario:

gaLA dijo...

hermoso, pero triste...

con tanta pasión... siga bailando

Seguidores

Nadie cuenta