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febrero 14, 2011

inanimados

Los objetos inanimados rebosan de existencia, y a cada paso, un cepillo, un escarbadientes, un envase o un semáforo le muestran los dientes al tiempo y rasgan la hilachada memoria con furia animal.

Descansan, tranquilos en un silencio de escombros intactos, de pilares enfundados en alquimias y magias, e ilustres bondadosos. Todos ellos apilados en especias, en aromas, en cultivos, en refranes, en historias. Todas inacabadas, inanimadas sus vidas, inventadas por otros.

Lo que poseen los objetos, claro, es el contorno de lo vivido. Y en su mezcla insana, los objetos callan, silenciados por la memoria oculta que traspasa sus poros. Son los hombres y las mujeres, deseosos de mentiras, quienes se atreven a espiar su mudez, su perfecta y antipática poesía.

Los objetos pululan, inanimados, viviendo percepciones más difusas, uniéndolas, purificándolas, reconociendo que en ellos, las vidas, se atraviesan como un protoplasma, un centauro o una gacela.

La piedra, fiel a su estilo, transpira sueños, esperanzas, visiones. La pórfica masa pierde su pérfida contextura. El peso se disuelve en los aires de un desvelo. Velo que ciega la mirada humana a su existencia futura. La de dejar de existir. Las piedras se levantarán un día, los objetos hablarán y con saña de inmortales escupirán sus verdades. Los inanimados dejarán de existir, pasarán a formar parte del mundo de los hombres



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