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mayo 05, 2010

Huele rancia la noche

Huele rancia la noche, las mortajas del día desprenden su putrefacción, ahora que el sol ya hizo su trabajo. Las gotas de la fresca retardan un poco más el alejamiento del final. Sin embargo, la noche ácida, cubre el sueño eterno. Un amanecer novedoso espera, muy cerquita de allí.

Fuegos y una husmeante incertidumbre: las cosquillas del mañana, las fogatas de la memoria se queman en estas estrellas vencidas, en este frío de agosto. Olores nauseabundos y la muerte tan cerca. Tan, pero tan cerca.

Un frío que digita los últimos movimientos, los sabores de la nocturnidad apaciguada por ese olor, maldito olor de otoño. Rancio como ese vino escupido en la cara de la hipocresía. Y un rumor, un viento que lo acalla todo, pero trasciende. Son las huellas de ese amanecer impaciente, calmo y pretencioso que se hace esperar. El viento trae como luciérnagas en el bosque, destellos de texturas, con sus silencios y sabores. Toda la noche en un movimiento, en un viento, en un perfume. ?El resto? El resto yace en el sueño.

Duermen tranquilos mientras sus cuerpos aborrecen esas almas gimientes. Desprenden la liturgia de un requiem inventado, cargado de estrofas de porquerías. Y el resto? Sobra.

Sobran las palabras, los hábitos, las pieles, los gestos, los aromas. Muere el alma, vive despertándose en el día que su muerte le anticipa para morir viviendo. Un estado calamitoso del ser. Y el resto? Se arrastra lamiéndose las yagas de sus recuerdos, crueles ayeres nunca verdaderamente vividos.

Y la tierra que sigue girando, y el rancio aroma que ahoga los sueños, la helada desaparece, el viento se placa, los fuegos se extinguen. Los bosques enmudecen cuando la muerte arrecia, y el hombre se levanta.

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