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noviembre 23, 2010

Tobogán


Cierra los ojos, para no dejar pasar la magia escondida en los recovecos de la noche. Por fin siente, que la fría brisa de la mañana trae la calma añorada y todo lo demás estalla en inventos armados en una tacita de te.

Los yuyos y un perfume de inédito, una música sencilla y el contoneo de la luz tenue, que baila entre el sigilo de una casa a oscuras y latiente mientras el calor en las manos de una taza nueva, inunda sabores, tantos desconocidos.

Por la enredadera de una ventana, el canto del pájaro que adivina un día más, lleno de espanto y confusión en la ciudad aún dormida. Ahora, el tiempo se detiene, en el rumor de un cuerpo que desaloja instancias, una a una, las desilachadas instancias se pasean como cáscaras, cayendo sobre el piso fértil de historias aún no inventadas. 

Y en eso de inventar, las sábanas crean en las horas de insomnio un contorno nuevo, de escenarios múltiples. Se superponen escenas, decorando paisajes, coloreando límites imposibles. Como un tobogán, la mano comienza a descender por la frontera de sus hombros, en el abismo veloz y zigagueante de la suave planicie de su espalda, a la profunda cimiente de su cintura.

Susurra su boca, palabras inventadas, rumores ámbar, de tiernos abrazos rozando apenas el sentido de lo pactado. Su cuerpo se mueve, como ajeno al día que comienza, la estirpe del nuevo día recae contundente sobre sus brazos, bañan su dulce piel, y sin embargo, su cuerpo, permanece, anochecido.

Una noche, cierra los ojos para recordar. La mañana será distinta, el sol adormece los sentidos y el cuerpo yacerá desnudo reteniendo en secreto un sueño que no podrá contar.

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