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septiembre 11, 2010

extranjero

Y así, el ciego lector tantea, entre escalones de sombras, todas sus vivencias. Arropadas en ese lenguaje en blanco, de a poco comienza a distinguir matices.



No es que haya comprendido, ni siquiera lo ha intentado, aunque por el contrario, comprende. Su cuerpo, los sonidos. El viento de una palabra que llega como un cachetazo.  Enciende una luz pequeña, tenue y sin brillo. Esto ayuda, pemite a la ceguera del lenguaje acceder un piso nunca visitado.

Con esa débil luz el visitante oportuno comienza una expedición inédita. Sus poros, sin saberlo, comienzan a entender lo que sus ojos ni sus manos podrían reproducir.

El cuerpo conecta antes. Accede al convite sin palabras. Son texturas enciclopédicas que se recopilan en una memoria vivencial. Ni siquiera puede llamarse inteligencia. Comprende.

Ese nexo con cierta verdad más allá de las palabras, del vocabulario. es un cuerpo que bebe el vaso de conciencia en el edén de la inmortalidad y esa presencia lo alerta de su propia existencia.

Como lograr eso mismo, en un lugar, en un país cuyo lenguaje conozca? No aquí, en medio de extraños mundos, extraños lenguajes. Como ser turista en su propio hogar? Ojos de extraño en suelo conocido?

Quizás el poeta logre esta traducción a la inversa: del relato conocido al formato inventado.

Será que por eso el poeta se siente ajeno a su casa y particularmente originario de una tierra desconocida. Su propia tierra, quizás. Cuál es la tensión que subyace en el viaje del artista? Las emociones que suscita aparecen vacías, calladas, en un envase que no puede complementar.

El artista es artista de su tierra, cuando allá afuera sólo logra pensar su propio hogar.

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