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mayo 23, 2011

La Chica

Venimos de acá
III. Femmetrónix

La Chica.
Apenas nerviosa, aprovecha el recoveco de un asiento, justo al bajarse el mundo entero, y él. Se sienta y apoya nerviosa la  cartera en su falda. Aprovecha el colapso de la estación, que arroja más delitos a la ciudad y entran amebas de pasajeras para continuar hasta el final del recorrido.
Y encontrado el buscado espejito, lo saca de su turbada cartera repleta  de perdidos ideales, y se mira a los ojos del vidriado espejo rojo. Se mira, sólo las cejas y apenas el recoveco de sus ojos. Las sílabas le tiemblan en las cejas negras. Un pelo que no depiló, y la sensación en el pecho, que alcanzaba adivinar en el ceño fruncido de algo que se perdió.

Pronto el corredor oscuro del subterráneo deja de tener sentido. Se para, se acerca a la puerta del coche , y espera allí, observando el oscuro devenir del túnel hasta que la luz de la estación terminal le señala el fin del recorrido. Allí nomás sus ideas mudaron rápidamente también, con la estación. Y recordó ella,  para qué había viajado hasta el centro aquella tarde lluviosa. El teatro, cierto. La entrada en la caótica cartera, y un disco para escuchar, en esa noche que aún no hacía.

Hizo la fila, que ya recorría la mitad de la cuadra y aguardó, con la lluvia que se había prolongado más de la cuenta y se disipaba a borbotones de relámpagos apagados. La lluvia estaba allí, en la esquina, cerquita del techito que la recubría. Ella inmutable, tomó su agenda, registró para el próximo (diez) de agosto de (dosmilonce): "con el homeópata". Recordó que algo malo le sucedía hace tiempo, y el doctor y los contubernios médicos de los que tanto odiaba, volvían cada vez un poco más seguido. Será cuestión de esperar, espetó.

La fila entonces continuó el paso sinuoso, ahora con un poco más de agilidad. Las butacas se iban llenando y ella sentada tan cerquita del escenario, casi podía sentir la alfombrita del piso. Veía las marcas en el tablado y el olor a un incienso que ya se quemaba en escena.

La noche cerrada aún con el tormento de la lluvia, había caído ahora sobre la sala, y se apagaban las luces. Qué nombre tiene esto?, se cuestionó. Qué había venido a hacer aquel día a aquella hora en tal teatro mirando esta canción? La pregunta retumbaba en la confusa cartera de ideas, de donde sacó su pluma lápiz y el papel abollado. Necesitaba escribir, poder poner palabras al traslado del tiempo que la había llevado como pasajera repentina de la confusión. Desabrió la hoja y notó lo que había sido escrito. Un número telefónico.

Esto me lo dejó él, pensó. Pero cómo y donde. Sobre todas las cosas, la pregunta que la deshacía, Por qué!.

El tiempo, que continúa el sentido, permaneció durante unos minutos. Se abrieron solemnes los cortinados pesados de felpa violacea y la obra comenzó.

Para ella fueron algunos instantes hasta que las luces volvieron a encenderse. Y los aplausos se hicieron gritos en sus ojos adormecidos. Agachada casi, empezó el descenso por las escaleras y se encontró nuevamente con la entrada, la calle, la oscura noche y el frío néctar de la vuelta a casa.

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